El gobierno de Estados Unidos, liderado por el presidente Donald Trump, ha continuado con la implementación de su política arancelaria, publicando, el pasado miércoles 2 de abril, los aranceles que aplicará a cada país a partir del 9 de abril. Se estima que las importaciones a Estados Unidos ahora presentan un impuesto promedio del 22.5%, cuando el año pasado era solamente del 2.5%, según Fitch Ratings.
Uno de los principales socios comerciales de Estados Unidos que recibió una de las tarifas más altas fue China con el 34%, que se suma al 20% que ya se le había asignado previamente. Asimismo, destacan la Unión Europea con el 20%, Japón con 24%, Corea del Sur con el 25%, Taiwán con el 32%, Tailandia con 36% y Vietnam con el 46%. También, es importante destacar que se colocaron tarifas bastante altas a países subdesarrollados de África y Asia, como Lesotho (50%), Madagascar (47%), Laos (48%) y Myanmar (44%). Esto afectará en gran medida a sus economías, retrasando su potencial de crecimiento, lo que sumado al cese de apoyo de USAID, también tendrá más consecuencias sociales y económicas graves.
La justificación que brindó el presidente Trump para colocar estas “reciprocal fees” es que las dinámicas de comercio internacional de los últimos años dejaban en desventaja a Estados Unidos. Uno de sus argumentos es que esto ha mermado el sector de manufactura de la nación, reduciendo los empleos, de 1997 a 2024, en alrededor de 5 millones, presentando una de las mayores caídas en empleo de manufactura de su historia. Según describe el presidente, lo anterior ha afectado a áreas específicas del país, llevando a que se reduzcan las familias formadas en esos lugares e incrementen otras tendencias sociales como el abuso de drogas, lo cual representa un profundo costo para le economía de Estados Unidos.
En medio de la justificación de la colocación de los aranceles, se realizan comparaciones de tasas que colocaban algunos países en algunas industrias o productos versus aquellas asignadas por Estados Unidos, buscando evidenciar la desventaja comercial a la que el país se sometía. No obstante, destaca que no se consideran las estructuras económicas internas de los otros países, para entender las políticas arancelarias implementadas que pueden estar protegiendo la base de las economías locales, por ejemplo, el “arroz con cáscara” para la India o Malasia. La base argumentativa es que Estados Unidos debe cuidarse a sí mismo, buscando una economía que pueda ser autónoma, dado que el déficit comercial que se ha presentado es ya demasiado grande.
Con pie en las premisas anteriores, se ha decidido iniciar este proceso proteccionista que algunos definen como “guerra comercial”. Inicialmente, se podría definir como una ofensiva de parte de Estados Unidos hacia casi todos sus socios comerciales (solamente México y Canadá se vieron exentos de estos aranceles “recíprocos”). No obstante, ante los avisos realizados el miércoles, diferentes países se han pronunciado, comentando que colocarán también impuestos sobre algunos productos de Estados Unidos o que reducirán la inversión que tienen en este país, por lo que ya se puede esperar el desarrollo de un conflicto comercial a nivel internacional.
Resulta interesante indagar sobre el objetivo del gobierno de Trump con relación a estas políticas, dado que, aunque se argumenta que se realizan a favor del desarrollo autónomo de la economía, a corto plazo, presenta muchos problemas para la población. En primer lugar, muchas empresas locales demandan altos volúmenes de materias primas extranjeras para su producción, las cuales, no se pueden producir a nivel nacional con la misma velocidad con la que son necesitadas, por lo que se presentarían problemas de abastecimiento, reduciendo la producción. Como segundo punto, al haber menos importaciones y una producción local reducida, habrá riesgo de inflación. En tercero, un cierre comercial, conlleva la posibilidad de que exista reducción de exportaciones, lo cual no mejoraría la balanza comercial. Todo esto genera un cuestionamiento relevante, pues, si se reconoce que la economía no es autónoma, ¿cómo se pretende contar con el capital y los trabajadores necesarios para producir lo suficiente para satisfacer la demanda interna?
De momento, no se han manifestado planes de desarrollo económico interno que permitan autonomía de la economía estadounidense e incluso, si estos existieran, su aplicación tomará tiempo para mostrar resultados efectivos, por lo que se genera incertidumbre general sobre las condiciones en las que se encontrará el país. A su vez, a nivel mundial, la “salida” de uno de los principales importadores del mercado tendrá efectos relevantes en las dinámicas de comercio exterior, lo que podría desatar una crisis económica global. Sin embargo, existe la posibilidad de que las diferentes naciones coordinen su comercio, sin Estados Unidos, cambiando sus dinámicas de intercambio, lo que podría permitir que la crisis se limite al país que se verá más afectado directamente por estas políticas, es decir, Estados Unidos y aquellas naciones que estén profundamente arraigadas a este, como Centroamérica y África. ¿Qué le espera a la economía global y cuál es el objetivo real del gobierno de Trump con estas políticas?, son preguntas que quedan a la expectativa y probablemente se revelen pronto.
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