En América
Latina, donde los problemas económicos y las restricciones institucionales son
parte del día a día, la planificación financiera sigue sin ser una prioridad
para muchos. A menudo se percibe como algo que puede postergarse o, peor aún,
como innecesario. Pero en un entorno como el actual, no contar con una
estrategia financiera clara es como navegar sin brújula, puede que salga bien
por un tiempo, pero el riesgo de perder el rumbo es alto. Tener una hoja de
ruta no garantiza estabilidad total, pero sí puede reducir considerablemente el
impacto de una crisis, ya sea para un país, una empresa o una familia.
¿Por qué hoy,
más que nunca, es crucial planificar?
En los últimos
años, la economía global ha estado marcada por una serie de desafíos: inflación
persistente, tasas de interés altas, conflictos geopolíticos y tensiones
fiscales que han afectado especialmente a los países en desarrollo. El informe
Global Economic Prospects del Banco Mundial (junio 2024) plantea que muchas
economías emergentes enfrentan un crecimiento moderado, dificultades para
acceder a financiamiento y mayor exposición a crisis externas. En ese contexto,
planificar no es simplemente un ejercicio teórico, sino una herramienta
práctica para anticipar problemas, evaluar riesgos y preparar respuestas que
den margen de maniobra en momentos de tensión.
A nivel país:
cuando no se planifica, se paga el precio
A finales de
2023, Argentina acumulaba un déficit fiscal primario del 3.5% del PIB, y su
elevada deuda en moneda extranjera seguía presionando sus ya frágiles reservas. Para enero de 2024, la inflación interanual superaba el
250%, consecuencia directa de años de políticas fiscales insostenibles, gasto público sin respaldo real y una fuerte pérdida de confianza en los
mercados. Esto obligó al gobierno de Javier Milei a tomar decisiones difíciles, como recortes drásticos del gasto y la
eliminación de subsidios que, si bien buscaban ordenar las cuentas, generaron
fuertes tensiones sociales y deterioraron aún más el bienestar de los hogares
argentinos.
Por otro lado,
Uruguay ofrece un ejemplo de cómo una estrategia fiscal ordenada puede dar
resultados. En 2023, mantenía una deuda bruta equivalente al 58.7% del PIB, de
la cual el 60% estaba en moneda local, con vencimientos distribuidos en el
tiempo. Además, cuenta con una regla fiscal anclada en una meta de resultado
estructural y un Consejo Fiscal Asesor independiente, herramientas que le
permiten enfrentar con mayor holgura los altibajos internacionales. La
diferencia no radica solo en el tamaño de sus economías, sino en el hábito de prever. Mientras uno
reaccionó tarde, el otro se preparó a tiempo. La planificación no evita los
problemas, pero define el margen con que se los puede enfrentar.
En las
empresas: planificar es resistir y adaptarse
Durante la
pandemia por COVID 19, muchas pequeñas y medianas empresas en América Latina
tuvieron que cerrar sus operaciones, no por falta de ideas, sino por falta de
liquidez. En cambio, las que habían hecho su tarea con modelos de flujo de
caja, pequeñas reservas o líneas de crédito activas lograron resistir un poco
más. Un estudio de McKinsey (2021) mostró que las empresas que trabajaban con
simulaciones de escenarios y revisiones periódicas de sus riesgos financieros
se adaptaron hasta un 30% más rápido a la nueva realidad.
Hoy, en un
contexto en el que el crédito es más caro y el consumo más débil, contar con
una estrategia financiera clara no solo permite mantener las operaciones, sino
también renegociar plazos con proveedores, reestructurar deudas o redefinir
productos sin tener que improvisar bajo presión.
A nivel
personal: del gasto impulsivo al control consciente
En el día a día
la falta de planificación también nos pasa factura. Según una encuesta del
Banco Interamericano de Desarrollo (2022), solo el 36% de los hogares
latinoamericanos podría cubrir un gasto inesperado equivalente a un mes de ingresos. Eso
deja a la mayoría expuesta a cualquier imprevisto, desde una emergencia médica hasta la pérdida de empleo.
Planificar no
significa restringirse al extremo. Se trata, más bien, de tener claridad sobre
ingresos, gastos, deudas y objetivos. Armar un fondo de emergencia, llevar un
presupuesto mensual y evitar deudas innecesarias son pasos sencillos, pero que
pueden marcar una gran diferencia. Más allá del ingreso que tengamos, lo que
realmente tiene un gran inpacto es el hábito de revisar la situación financiera
con regularidad. Quienes lo hacen toman mejores decisiones sobre ahorro,
consumo, inversiones e incluso sobre su carrera profesional.
Planificar no
es adivinar el futuro: es estar preparados
Una idea muy común es pensar que planificar es tratar
de predecir exactamente lo que va a pasar. En realidad, es todo lo contrario.
Como señala la OCDE en su informe Budgeting for Resilience (2022),
planificar significa entender los riesgos, asignar recursos de forma
estratégica y estar listos para actuar antes de que los problemas se
materialicen.
Esto aplica
igual para un Estado que para una persona. Cuando los riesgos finalmente llegan,
porque siempre llegan, el costo de no haber hecho nada suele ser mucho más alto
que el de haberse preparado. Por eso, más que una recomendación, la
planificación financiera debería ser vista como un hábito esencial para navegar
con mayor seguridad un mundo que ya no da espacio para la improvisación.
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