Esta semana, la Reserva Federal volvió a utilizar una palabra que en años recientes ha tenido consecuencias importantes al alza de los precios: transitoria. El presidente de la Fed, Jerome Powell, señaló que su escenario base es que el aumento de la inflación, producto de los nuevos aranceles impulsados por la administración de Donald Trump, será temporal. Esta afirmación, aunque matizada, revive el recuerdo de una política monetaria demasiado permisiva durante los primeros meses de la pandemia del COVID-19, cuando se asumió erróneamente que la inflación sería pasajera.
En aquel entonces, la Fed se resistió a subir tasas de forma anticipada, confiando en que el incremento de precios se desvanecería por sí solo. El resultado fue una inflación que alcanzó máximos no vistos en cuatro décadas y obligó al banco central a ejecutar una de las campañas de endurecimiento más agresivas desde los años setenta. Hoy, con una economía más frágil, mercados sensibles y consumidores aún marcados por el episodio inflacionario reciente, el margen para equivocarse es más reducido.
No se puede calificar con seguridad de transitorio un fenómeno que aún no se ha desarrollado por completo. Aunque Powell reconoce la incertidumbre y enfatiza que “habrá que ver cómo se desarrollan los hechos”, la simple referencia a la inflación como transitoria despierta alarma entre los mercados y los analistas, que no han olvidado los errores de diagnóstico del pasado reciente.
Desde una perspectiva de política pública y finanzas internacionales, minimizar el impacto de la aplicación de aranceles podría resultar contraproducente. Aunque es cierto que durante el primer mandato de Trump las tarifas también provocaron aumentos de precios temporales, el contexto actual es diferente, ya que los consumidores han sufrido años de inflación acumulada, las cadenas de suministro siguen tensionadas y el entorno geopolítico añade capas de incertidumbre.
La inflación no solo es un fenómeno monetario, también es psicológico. Cuando los agentes económicos perciben que los precios van a seguir subiendo —aunque los fundamentos indiquen lo contrario—, ajustan su comportamiento en consecuencia: las empresas trasladan costos a los consumidores y los trabajadores presionan por mayores salarios. Este tipo de reacciones pueden convertir una inflación supuestamente transitoria en un problema persistente.
En este entorno, el rol de la Reserva Federal debe ser doble: prudente en su diagnóstico y clara en su comunicación. La confianza de los mercados y del público en general no puede darse por sentada, especialmente después de los errores cometidos en la primera mitad de esta década.
La volatilidad en las decisiones de política monetaria de Estados Unidos y los efectos colaterales de sus políticas comerciales exigen planificación financiera rigurosa, análisis de riesgos y estructuras de financiamiento robustas. La inflación, aunque temporal, puede dejar huellas permanentes.
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