Opinión
América Latina
enfrenta un desafío estructural que define su capacidad para financiar el
desarrollo sin comprometer la estabilidad macroeconómica: el déficit fiscal y
el crecimiento sostenido de la deuda pública. Ambos fenómenos están
profundamente entrelazados y su gestión exige un enfoque estratégico que
permita atender necesidades inmediatas —infraestructura, educación, salud y
protección social— sin generar riesgos de mediano y largo plazo. Con déficits
fiscales que en promedio rondan el 3-4% del PIB y niveles de deuda pública que
superan el 60% del PIB regional (y en varios países ya por encima del 80-100%),
la región debe priorizar urgentemente la sostenibilidad fiscal y la eficiencia
del gasto público.
El Déficit
Fiscal: Un Obstáculo Recurrente
Aunque los
déficits fiscales de América Latina se han reducido desde los picos
post-pandemia, siguen siendo un problema persistente en la mayoría de los
países. En muchos casos superan el 3% del PIB, muy por encima de los límites
que recomiendan los organismos internacionales y de los compromisos asumidos en
reglas fiscales nacionales. Este desbalance responde principalmente a tres
factores:
Un aumento del gasto corriente (salarios públicos, pensiones, subsidios).
- La rigidez
presupuestaria: en promedio, más del 70-80% del gasto primario es
inflexible.
- Una capacidad
de recaudación tributaria limitada, que en la región apenas alcanza el 18-23%
del PIB (frente al 34% de los países OCDE), y que en varios casos sigue por
debajo del 15%.
La Deuda
Pública: Un Instrumento de Doble Filo
En la última
década, la deuda pública de América Latina prácticamente se duplicó como
porcentaje del PIB. Este aumento fue necesario para enfrentar la pandemia y
financiar inversión pública, pero también refleja la dificultad crónica de
cerrar la brecha fiscal con ingresos propios.
El acceso a
mercados internacionales y a préstamos multilaterales (BID, Banco Mundial, CAF)
se ha encarecido desde 2022 por el endurecimiento monetario global, y la alta
proporción de deuda en dólares (en muchos países supera el 60-70%) expone a las
economías a riesgos cambiarios. Un dólar más fuerte encarece automáticamente el
servicio de la deuda y reduce el espacio fiscal en moneda local.
Aunque varios
países conservan grados de inversión o lo recuperaron recientemente, el margen
de maniobra se estrecha: el servicio de la deuda ya consume entre el 10% y el
20% del presupuesto en numerosos casos, y un nuevo ciclo de tasas altas o menor
apetito por riesgo emergente podría complicar el refinanciamiento.
El
Entrelazamiento: Un Ciclo que Hay que Romper
Déficit y deuda
forman un círculo vicioso: el déficit se financia con deuda, y el servicio de
esa deuda agrava el déficit futuro si no hay crecimiento de ingresos o ajuste
del gasto. La alta rigidez del gasto público —dominada por salarios, pensiones
y transferencias— limita la capacidad de reasignar recursos hacia inversión
productiva que genere crecimiento y, con él, mayor recaudación.
Además, la
dependencia del financiamiento externo para proyectos de infraestructura
aumenta la vulnerabilidad ante shocks globales: suba de tasas, fortalecimiento
del dólar o caída de los precios de las materias primas.
Tres
Prioridades Comunes para la Región
Para salir de
este equilibrio delicado, América Latina necesita avanzar simultáneamente en
tres frentes:
La baja
recaudación tributaria es el principal cuello de botella. Modernizar la
administración tributaria, combatir la evasión y elusión, ampliar bases
imponibles y mejorar el impuesto al valor agregado pueden generar 2-4 puntos
del PIB adicionales.
Reducir
gradualmente la participación de los gastos rígidos, mejorar la focalización de
subsidios, fortalecer la evaluación de impacto de la inversión pública y
priorizar proyectos de alta rentabilidad social y económica (infraestructura,
educación técnica, transición energética).
Además de bonos
soberanos y préstamos multilaterales, las asociaciones público-privadas (APP),
los bonos temáticos (verdes, sociales, sostenibles) y los mecanismos de
garantías multilaterales pueden movilizar capital privado y reducir la presión
sobre la deuda pública tradicional. Fortalecer marcos regulatorios
transparentes y estables es clave para atraer esa inversión.
Un Camino Hacia la Sostenibilidad
América Latina
tiene ventajas que no puede desperdiciar: población joven, abundancia de
recursos naturales críticos para la transición energética global y, en varios
casos, estabilidad macroeconómica relativa y grado de inversión. Gestionar con
prudencia el déficit fiscal y la deuda pública no significa renunciar al
desarrollo, sino todo lo contrario: es la condición para que las próximas
décadas sean de crecimiento inclusivo y resiliente.
En un mundo de
tasas más altas, mayor volatilidad y urgencia climática, cada punto de espacio
fiscal ganado será decisivo. La región no puede seguir postergando las reformas
que le permitan invertir más y mejor sin comprometer el futuro. El equilibrio
es delicado, pero alcanzable.
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