Opinión

El BRI en América Latina: ¿Desarrollo global o trampa de deuda?

  • Lucía Castrillo
    Exor - Latam Centroamérica
    19 de Julio, 2024

La ruta de la seda, en el primer milenio, fue un proyecto que enlazó a China con Asia Central, Oriente Medio, el Mediterráneo y Europa a través de redes comerciales y la colocó en el epicentro de las primeras olas de globalización. Mas de mil años después, en 2013, Beijing lanzó la iniciativa de “la Franja y la Ruta” (BRI por sus siglas en inglés) también conocida como “la nueva Ruta de la Seda”. Este proyecto conecta a Asia Oriental, Europa, África, Oceanía y América Latina en una importante red de infraestructura, comercio y acuerdos de inversión, que abarca alrededor de 150 países en los continentes antes mencionados, aprovechando los recursos y mercados respectivos. De esta forma, desde su lanzamiento, el BRI ha sido el eje principal de la política exterior de la República Popular China (RPC), así, el gigante asiático apuesta por la productividad económica y política, además de promover una estructura multipolar en el mundo, contrarrestado la hegemonía occidental.

 

Por su parte, Estados Unidos ha expresado sus reservas ante esta iniciativa asiática, considerando el BRI como un “caballo de Troya” para justificar la expansión de la esfera de influencia china e incluso sospecha una voluntad de expansión militar. Como respuesta a esta red de conexiones, en 2021, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden anunció, en colaboración con los países del G7, el programa de infraestructura que inicialmente llamaron “Build Back Better World Initiative” (B3W) y luego, en 2022, lo rebautizaron como “Partnership for Global Infrasturcture and Investment”. El principal objetivo de esta iniciativa es realizar una colaboración público-privada, apoyada por agencias bancarias y financieras, para el desarrollo de la infraestructura global y corredores económicos.

 

El involucramiento chino en América Latina y El Caribe ha aumentado en la última década; veintidós países en la región han firmado para formar proyectos en conjunto. De esta forma, en 2018, Beijing pactó desarrollar, junto con el gobierno de El Salvador, seis zonas económicas especiales en donde estaría prohibida cualquier tipo inversión proveniente de Estados Unidos o de la Unión Europea. De manera similar, China ha invertido significativamente en el sector minero de Perú, adquiriendo el control de las siete minas más importantes del país y controlando el 100% de la producción peruana de hierro y el 25% de la producción de cobre. Entre otras inversiones chinas en la región se encuentran algunas plantas hidroeléctricas en Ecuador y proyectos sobre los recursos naturales en Argentina, Bolivia y Chile.

 

Además del desarrollo en infraestructura, los países latinoamericanos han adquirido tecnologías que dependen empresas chinas como Huawei, a pesar del riesgo a la seguridad nacional por la obligación de estas empresas a compartir datos con el gobierno de la RPC. Si esta operación entre el gigante asiático y la región latinoamericana continúa desarrollándose, se espera que, en 2035, el comercio entre las partes supere los 700 billones de dólares por año.

 

Aunque los proyectos de desarrollo son esenciales para el crecimiento económico tanto de China como de sus países socios, algunos advierten sobre la posible existencia de la llamada diplomacia de la trampa de la deuda. Esta estrategia consiste en que los países acreedores proporcionen grandes préstamos o financiamiento para proyectos de infraestructura a los países deudores, con el objetivo de obtener beneficios políticos cuando estos últimos no puedan cumplir con sus obligaciones de pago. Esto puede obstaculizar el desarrollo autosostenible a largo plazo de los receptores y, en consecuencia, otorgar a China el control de activos estratégicos alrededor del mundo. Por ende, es importante que los países asociados analicen los riesgos asociados, tomando en cuenta las posibles consecuencias y amenazas en la aceptación de proyectos que prometen ser vitales para el desarrollo.

 

Si se está utilizando el desarrollo y la deuda como un ‘arma’ geopolítica entre dos grandes potencias económicas, perjudicando a terceros, ¿no estaremos viviendo una nueva Guerra Fría en la era de la conectividad? Aunque América Latina está cansada de ser considerada ‘el patio trasero’ de EE.UU., ¿estará la región preparada para responder ante la RCP? Ésta es una realidad que parece haber sido subestimada.

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