América Latina cuenta con una matriz
energética ya relativamente limpia, donde las energías renovables generaron
alrededor del 65% de la electricidad en 2024, duplicando el promedio global.
Sin embargo, la región enfrenta el desafío de acelerar su diversificación y
modernización para responder a una demanda creciente que se proyecta aumentará
un promedio anual del 2.3% entre 2022 y 2050, impulsada por el crecimiento
poblacional, la urbanización y la electrificación de sectores como el
transporte y la industria.
En este contexto, los bonos de
transición eléctrica emergen como una herramienta clave. Estos instrumentos
financieros innovadores canalizan capital hacia proyectos de descarbonización y
eficiencia energética, alineados con los compromisos regionales bajo el Acuerdo
de París y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Inspirados en los bonos verdes y de
sostenibilidad, estos instrumentos priorizan iniciativas estratégicas:
expansión de energías renovables no convencionales (solar, eólica y
bioenergía), mejora de redes de transmisión, movilidad eléctrica y eficiencia energética.
Su importancia radica en la capacidad de integrar la variabilidad de las
renovables intermitentes y fortalecer la resiliencia ante eventos climáticos
extremos, como las sequías que afectan la generación hidroeléctrica, que aún
representa el 41% de la producción regional.
Los primeros pasos ya se han dado. La
Comisión Federal de Electricidad (CFE) de México emitió en 2024 bonos
sustentables por 1,500 millones de dólares, destinados a acelerar la transición
energética y la inclusión social. Chile, por su parte, fue pionero con su bono
verde soberano en 2019, el primero de la región, que financió proyectos
renovables.
La región posee recursos renovables
abundantes: potencial solar en México y Chile, eólico en Brasil y Argentina, y
bioenergía en Brasil. Además, cuenta con reservas de minerales críticos como
litio en el Triángulo del Litio (Argentina, Bolivia, Chile) y cobre en Chile y
Perú, esenciales para baterías y tecnologías limpias.
No obstante, persisten desafíos
significativos. La distancia entre fuentes generadoras y centros de consumo,
junto con cuellos de botella en transmisión, exige inversiones masivas. A pesar
de esto, la creciente demanda de hidrógeno verde y las oportunidades de
exportación de energía limpia posicionan a América Latina como un actor global
relevante en la transición energética, con proyecciones que indican que las
renovables podrían alcanzar el 80% de la generación eléctrica para 2050.
Pasos clave para la implementación
·
Marco regulatorio robusto: La región ha avanzado
considerablemente en marcos para bonos verdes y de sostenibilidad. Colombia
lidera al ser el primer país en emitir una taxonomía verde unificada en 2022,
que define criterios para bonos alineados con la descarbonización. México y Chile
han emitido guías para bonos sustentables, mientras que Brasil y Perú exploran
marcos normativos para bonos de transición vinculados a metas de emisiones. Estos
marcos pueden adaptarse para bonos de transición eléctrica, incorporando
certificaciones independientes (como las del Climate Bonds Standard) y reportes
anuales de impacto para mitigar el "greenwashing". El BID y la
Climate Bonds Initiative promueven plataformas como la Green Bond Transparency
Platform para estandarizar datos y atraer inversores.
·
Identificación de proyectos prioritarios: Los fondos deben
dirigirse a iniciativas estratégicas como la interconexión regional (SIESUR en
el Cono Sur o SINEA en los Andes), la instalación de sistemas de almacenamiento
en baterías y plantas solares/eólicas. Brasil, que añadió 36 TWh de capacidad
eólica y solar en 2024 (78% del crecimiento regional), representa un ejemplo
del potencial para financiar parques híbridos. También son viables los
programas de eficiencia energética en hogares y PyMES, inspirados en los
subsidios focalizados implementados en Chile, o la promoción de generación
distribuida en Colombia. La capacidad renovable no convencional creció 30% en
2024, liderada por tecnologías solar y eólica.
·
Atracción de inversores: Con calificaciones crediticias
mejorando (Chile y México mantienen grado de inversión), la emisión de bonos a
tasas competitivas es factible. En 2023, la región colocó 89,000 millones de
dólares en bonos internacionales, con un repunte del 40% en instrumentos ESG.
El Foro de Inversiones UE-América Latina mostró interés por 9,253 millones de
dólares en proyectos sostenibles, incluyendo renovables. Las alianzas con
instituciones como el BID, CAF y el Banco Europeo de Inversiones pueden
movilizar capital privado, como demuestra el préstamo verde de 30 millones de
dólares de CAF a Cox Energy para proyectos en México y Colombia. Para 2030, se
necesitan 150,000 millones de dólares anuales en energías limpias, duplicando
la inversión actual.
·
Incentivos y participación público-privada: Los incentivos fiscales,
como las exenciones tributarias a renovables en México y Brasil, junto con
alianzas público-privadas, resultan esenciales. La Ley de Transición Energética
en Chile permite participación privada en renovables, similar a la normativa
colombiana para hidrógeno verde. Los programas de capacitación, como los
desarrollados por OLADE, aseguran impacto a largo plazo y contribuyen a la
generación de empleos verdes, proyectados globalmente en 380 millones, con
fuerte potencial en América Latina.
Entre los principales desafíos
destacan la fragmentación regulatoria, la dependencia de la hidroeléctrica
vulnerable al cambio climático y la brecha de financiamiento. Solo el 2% de la
inversión global en transición energética en 2022 se destinó a América Latina.
Para superarlos, se pueden replicar
modelos exitosos como las líneas de crédito para generación distribuida
implementadas en Buenos Aires o las campañas de subsidios focalizados en Chile.
La integración regional, a través de iniciativas como RELAC (16 países
comprometidos al 80% de renovables para 2030), y una mayor transparencia en los
reportes impulsarán la confianza de los inversores.
Los bonos de transición eléctrica
posicionan a América Latina como líder potencial en la economía baja en
carbono. Con marcos regulatorios armonizados, proyectos priorizados y alianzas
estratégicas, la región puede triplicar las inversiones en renovables para
2030, respondiendo a la demanda creciente y fortaleciendo la infraestructura
mientras atrae flujos de capital sostenible.
Esta estrategia no solo se alinea con
los ODS, sino que consolida a América Latina como referente global en
transiciones energéticas justas e inclusivas, aprovechando sus ventajas
comparativas naturales y su creciente madurez institucional en el ámbito de las
finanzas sostenibles.